Conocí a Rubén Aramburu en los años de nuestra juventud, cuando redactaba junto a su amigo Torres el semanario político “Última Clave”. Desde entonces, se manifestaba en él una inclaudicable vocación política. Fue durante toda su vida afiliado y luego dirigente de nuestro Partido Demócrata. Y como tal, le tocó vivir y participar activamente en la gestión partidaria, durante las últimas y difíciles décadas de la vida del país. Y así siempre demostró su firme posición republicana y democrática. Lo hizo con generosidad y desinterés, priorizando el interés general de la Nación, de la Ciudad y del Partido. Procuró siempre el consenso dentro del mismo, como también el acuerdo con otras fuerzas políticas afines. Y su trajín fue incansable, durante toda su vida, hasta que sólo una cruel enfermedad pudo doblegar su férrea voluntad.
Afortunadamente, alcanzó a ver en diciembre último, el renacer de la República, por la que tanto luchó, con el advenimiento de las nuevas autoridades.
Hoy, que se vislumbra, pues, una nueva esperanza, evocamos a este demócrata cabal, amigo ejemplar y gran dirigente.